¿Qué es un Think Tank?
Al acceder al vestíbulo de la sede central de la Heritage Foundation, uno de los think tanks más prestigiosos del mundo, lo primero que uno se encuentra es el escudo de la entidad, acompañado de su lema: “Ideas have consequences”. Los artífices de esta institución, al igual que otros promotores de think tanks, creyeron que el progreso humano y la resolución de muchos problemas sociales iba a depender sobre todo de la generación sistemática de nuevas ideas.
Cerca de cien años después del establecimiento de los primeros institutos de investigación económica y social (Russell Sage Foundation, National Bureau of Economic Research, Brookings Institution), parece que el afán de algunos filántropos, economistas y políticos se ha transmitido a la mayoría de los países desarrollados. Aunque no existen cifras oficiales, se calcula que en el mundo existen alrededor de 1.500 think tanks, de los que 1.200 radican en los Estados Unidos.
Los primeros think tanks surgieron con el propósito de introducir los nuevos conocimientos de las ciencias sociales en la gestión de los asuntos públicos. Sus responsables creían que la aplicación de los métodos de análisis científico de la economía o la sociología iban a resolver de manera infalible los problemas que generaban la complejidad de la Administración pública, el desarrollo urbano, el aumento de la población o el crecimiento económico.
Sus expectativas no se vieron colmadas por completo, pero sí introdujeron la idea de que los think tanks constituyen un instrumento útil de participación de la sociedad civil en la esfera pública y ayudan a gestionar el conocimiento para la toma de decisiones sobre temas políticos, económicos y sociales. Claro está que algunas de estas instituciones pueden considerarse también instrumentos de presión de determinadas elites políticas y económicas, que se sirven de ellas para alcanzar mayor influencia. Sin embargo, su presencia es beneficiosa para la sociedad siempre y cuando respeten las reglas del libre mercado de la información.
El término think tank, que en español se ha querido traducir como “laboratorio de ideas”, tiene su origen inmediato en la Segunda Guerra Mundial. En la jerga militar estadounidense, se llamaba think tank a departamentos de los ministerios y de las agencias gubernamentales que investigaban sobre cuestiones bélicas y de políticas públicas para después de la contienda. Se trataba de equipos de expertos en diversos campos (armamento, ciencia, economía, administración pública, relaciones internacionales, etc.) que trabajaban de forma secreta y cuya labor era desconocida por el personal ordinario.
Tras la guerra, algunos de estos organismos continuaron trabajando, y de forma paulatina, la expresión se popularizó, hasta el punto de que muchos institutos de investigación sobre economía y políticas públicas han adquirido la denominación de think tank. De modo más preciso, el término se generalizó desde que se usara hacia los años sesenta para designar a uno de los think tanks más poderosos del mundo, la RAND Corporation. Esta organización, nacida en el entorno del Ministerio de Defensa norteamericano, y dedicada en su origen a la aeronáutica y la investigación militar (hoy día también estudia asuntos económicos y sociales), emplea a más 500 investigadores.
Pero no todos los think tanks presentan la misma dimensión. Su tamaño y presupuesto son más reducidos. Esto contribuye a explicar su proliferación, y a que resulte difícil distinguir a un verdadero think tank del que no lo es. En los últimos años, conforme el término se ha puesto de moda, muchas entidades del ámbito de la política y la economía se han llamado think tanks. Aunque todavía no existe pleno acuerdo entre la comunidad científica sobre la naturaleza de un think tank, sí pueden apuntarse algunos caracteres: en primer lugar, los think tanks centran sus actividades en la investigación sobre cuestiones económicas y de políticas públicas, con el objeto de ayudar a que los asuntos públicos se gobiernen de la forma más eficaz posible.
En principio, tratan de mantener una cierta independencia orgánica e ideológica, compatible con la adscripción a una determinada corriente o grupo social. En este aspecto existe una clara excepción, que son los denominados think tank de partido, entidades que suministran ideas y programas a los partidos políticos, y sirven de escuelas de formación de futuros gobernantes. Es el caso de la Fabian Society en el Reino Unido, vinculada al Partido Laborista, la Fundación Konrad Adenauer, al servicio de los cristiano-demócratas, o en nuestro país, la Fundación Faes, que provee de argumentos políticos al Partido Popular. Pero hasta en los ejemplos citados sus promotores defienden un espíritu de independencia.
De hecho, con la voluntad de independencia se pretende distinguir a un think tank de los grupos de presión, que tanto han crecido en los últimos tiempos al abrigo de las estrategias de relaciones públicas. Se supone que los think tanks son instituidos con el propósito de servir al interés general, por encima incluso de sus afinidades ideológicas y dependencia estructural de ciertos grupos.
Una última característica de cualquier think tank es que se trata de centros de investigación que intentan servir de puente entre la comunidad académica y la administración pública. Desarrollan una investigación operativa a medio camino entre el trabajo de fondo y a largo plazo de la universidad y la gestión del día a día de los poderes públicos. Algunos autores han señalado que los think tanks son research brokers, que ponen en contacto los resultados de la investigación con las necesidades de las políticas públicas. O dicho de otro modo, se han convertido en los mediadores del mercado de las ideas políticas.
Influencia de los think tanks
Los promotores de los think tanks afirman que sus propuestas han ejercido una alta influencia en la evolución de las ideas políticas y económicas de los países desarrollados, desde la Segunda Guerra Mundial. Según ellos, John F. Kennedy puso en marcha su programa de La Nueva Frontera porque contaba con un plan en el que habían intervenido activamente los expertos de la Brookings Institution. Igualmente, en su opinión, buena parte de los principios de la política económica de Ronald Reagan se inspiraron en las iniciativas de entidades como la Heritage Foundation o el American Enterprise Institute.
Hoy se sostiene que uno de los principales mentores de la corriente del monetarismo fue el Institute of Economic Affairs, establecido en el Reino Unido en 1955 para extender la filosofía del libre mercado entre científicos y empresarios. Supuestamente, este think tank, junto con el Center for Policy Studies y el Adam Smith Institute, guió la política de Margaret Thatcher y los conservadores británicos en asuntos tan relevantes como la privatización, la liberalización de mercados, el aumento de la competencia o la reforma laboral. Por ejemplo, en el decenio de los ochenta, el Adam Smith Institute desarrolló el Proyecto Omega, con el que pretendía que las políticas de privatización de las empresas públicas se implantaran no sólo en Gran Bretaña, sino en todo el mundo. Un simple examen a la política económica actual de muchos Estados nos indica el cierto éxito obtenido por los defensores de la privatización.
Hay que aceptar que, junto con las ONG, se han convertido en los grandes animadores del debate público. Prueba de ello es su creciente presencia en todos los países, más allá de los Estados Unidos y el Reino Unido, donde ya están más asentados. Su tarea de investigar y promover ideas políticas puede ser una oportunidad para democratizar el espacio público e impedir que sea dominado por las elites sociales y los medios de comunicación.