Expansión, 28 de octubre de 2006
Julio Pomés, Director de Institución Futuro
Sigue repitiéndose la escena bíblica de la venta de la primogenitura por parte de Esaú a su hermano Jacob por un plato de lentejas. Hoy, la primogenitura es la libertad ciudadana y la legumbre, el sistema de bienestar que nos ‘regala’ el Estado (con el dinero de nuestros impuestos).
Responde a un derecho inalienable que la Administración garantice los mínimos que exige la dignidad humana a quienes hacen lo que pueden para ganarse la vida. Sin embargo, cuando nuestros políticos se empeñan en darnos aquello que podemos conseguir con nuestro esfuerzo, pervierten el sentido de las virtudes cívicas y, de modo especial, lastiman la responsabilidad social.

En nuestro país, parece que el Estado de Bienestar se nos queda corto y hemos pasado al Estado Providencia, según el cual es admisible esperar que el Estado nos resuelva la vida. El problema reside en la facilidad de ser dadivoso en el corto plazo ante una próxima cita electoral; lo difícil es tener la responsabilidad de asegurar el largo plazo. El sistema público de pensiones es un buen ejemplo de lo que les hablo: en este momento se están subiendo alegremente las percepciones a los que menos han contribuido, a costa de que mañana serán miserables para los que más han aportado. Entre los vicios sociales promovidos por el Estado de Bienestar que suelen pasar desapercibidos, destacan los siguientes.

Materialismo. Cuando el Estado se extralimita y adopta el paternalismo de creer que la felicidad es tener bienestar, deja de cumplir su misión prioritaria: procurar el bien común. Con la mala costumbre de darnos caprichos, el Estado de Bienestar introduce una mentalidad en la que ser feliz se reduce a disponer de buenas condiciones materiales, sin dar valor a lo más elevado del hombre. Una visión completa del ser humano debe integrar todas las potencialidades, entre las que han de destacar su razón y su espiritualidad. De otro modo, se acaba induciendo a un hedonismo incompatible con los valores deseables para la sociedad.

Utilitarismo. El Estado de Bienestar suele introducir el objetivo de maximizar las consecuencias buenas para la mayoría de la población, sin que le importe demasiado atropellar en el camino derechos fundamentales de las personas. El criterio moral desaparece, no se distingue entre fines y medios, y toda acción se encamina a su utilidad para los ciudadanos. Un bienestar utilitarista lleva al subjetivismo y al relativismo, que convierten al juicio individual en criterio moral. Buscar la utilidad en todo empobrece al hombre. Muchas de las acciones que proporcionan las más altas satisfacciones proceden de actos inútiles para nosotros pero fértiles para los demás.

Individualismo. Cuando el Estado se justifica por ser garante y protector del individuo, y acepta el papel de reducir riesgos e incertidumbres, acaba generando adicción a las ayudas públicas en el ciudadano. Éste incluso puede llegar a pensar que necesita al Estado para sobrevivir y cada vez se vuelve más pedigüeño en sus reivindicaciones. De este modo, el ciudadano se hace más autónomo de la sociedad y sus semejantes, y más dependiente del Estado. El individualismo imposibilita la vida en sociedad y hace desaparecer el compromiso con la comunidad. La solidaridad pierde su sentido y la conducta humana se rige por el egoísmo. Las relaciones personales dejan de guiarse por la amistad y se establece un contrato comercial que regula los intereses individuales.

Menor espíritu emprendedor. El Estado subsidia con frecuencia a quien no lo necesita y, como las exigencias de estos oportunistas son cada vez mayores, los impuestos que se reclaman a los que se arriesgan a emprender actividades productivas son muy elevados. Los tributos excesivos desincentivan la creación de riqueza y pueden generar menos ingresos al Fisco al ser menos los que contribuyen. Así, la calidad del bienestar disminuye, algo que ya han experimentado los suecos, quienes por este motivo han echado del poder a los socialistas en las últimas elecciones.

Que nos lo resuelvan todo provoca una vida monótona, sin margen para la toma de decisiones que priva de vivir la aventura de nuestra existencia. Sin inquietudes, sin anhelos de superación, sin lucha, sin retos… se nos condena a ser súbditos uniformes, en vez de ciudadanos libres protagonistas de nuestras vidas. El tenerlo todo seguro, de la cuna a la tumba, no debería ser lo más importante en la vida, sino realizarse en plenitud. Acostumbrarse a que otros nos solucionen los problemas es perder nuestra soberanía personal y lo más bonito de nuestra existencia: la libertad para conducir nuestras vidas.

Institución Futuro
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