Diario de Navarra, 5 de marzo de 2002
Gaspar Ariño Ortiz, Catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad Autónoma de Madrid
Hace veinticinco años, cuando era yo un joven profesor lleno de ambiciones intelectuales, tuve la oportunidad de trabajar durante un curso académico en una bien conocida institución norteamericana que se llamaba -y se llama- The Brookings Institution.
Recuerdo, como si fuera ahora mismo, el primer día que acudí a su sede, en Massachusetts Avenue (Washington, D.C.), y en el umbral de la entrada, grabadas sobre un mármol rojo, leí la siguiente leyenda:
“Si conseguimos estimular a los hombres para pensar en profundidad sobre estas cuestiones de derecho y gobierno, de economía y relaciones sociales, haremos más bien a la humanidad que con todas las caridades imaginables”.
Eran unas palabras de Robert S. Brookings, su fundador, un hombre que a los 16 años tuvo que abandonar la escuela, a los 30 había hecho una de las fortunas más grandes de América y a los 46 decidió retirarse de los negocios y dedicar el resto de su vida, hasta su muerte, en 1932 (con 82 años), a ser uno de esos grandes patrones de empresas educativas y culturales que ha dado aquel país y cuyas obras se agigantan con el transcurso del tiempo.
Servicio social
Creo sinceramente que una de las fuerzas que mueven a la gran nación americana, como observó, ya desde sus inicios, Alexis de Tocqueville, es su capacidad de asociarse y crear instituciones al servicio de la sociedad: universidades e institutos, escuelas de negocios y centros de investigación, grandes fundaciones e instituciones dedicadas al análisis de problemas sociales y políticos, que preocupan a la sociedad. Esta tarea se ha materializados en los últimos cincuenta años en eso que se conoce con el nombre de “Think Tanks”, centros de pensamiento y análisis en los que de manera habitual, sistemática y profesional, se aborda el estudio de las principales cuestiones con las que se enfrenta una sociedad determinada. Son análisis no partidistas, realizados con rigor académico e imparcialidad política, sin ningún “partie pris” en favor de intereses concretos, ofreciendo los pros y contras de las distintas alternativas posibles. Son análisis interdisciplinares con los que se trata de racionalizar la decisión política, si es que tal cosa es posible (alguien dirá que no, yo creo que sí).
Este trabajo de análisis de las políticas (en el sentido de “policies”: de la política del transporte, de la política energética, de la política educativa o sanitaria de cualquier Gobierno), que los anglosajones llaman “policy analysis” está lejos de todo dogmatismo. Se trata más bien de estudiar las consecuencias -y exigencias- de los principios inspiradores de nuestra civilización humanista y liberal, aplicándolos, en cada momento y en cada sector, a la sociedad a la que se dirigen (en este caso, Navarra) dando en lo posible soluciones concretas a cada uno de los problemas que plantea una sociedad evolucionada, urbana e industrial, como es la española en el primer tercio del siglo XXI.
Estudiar los problemas
Tales instituciones son escasas en Europa y -que yo sepa- no existe ninguna en España. Sin embargo, en un mundo como el actual, cada día más complejo; en una Europa que quiere, a pesar de los pesares, hacerse una realidad unitaria, instituciones de este tipo resultan absolutamente necesarias. La labor de gobierno, que es a la postre el objetivo de cualquier político, no puede ser hoy fruto de la improvisación o el talento natural. Exige un estudio solvente de los problemas, análisis económico, comunicación y diálogo, toma de conciencia de los intereses en juego y, finalmente, una pedagogía social que sepa explicar y convencer a los ciudadanos. Pues bien, la falta de análisis que a veces acompaña en España a la acción política es algo aterrador. El abismo y la incomunicación que existe entre los que verdaderamente saben y las fuerzas políticas (Parlamento y Administraciones Públicas) es preocupante. Justamente los “think tanks” son el lugar de encuentro de políticos, empresarios, expertos y ciudadanos afectados por la acción de gobierno.
Una institución así requiere fe, aquella fe que acompañó a Robert S. Brookings, no sólo en las personas que iniciaron la institución, sino sobre todo fe en la libertad y en la racionalidad del hombre, en su capacidad para descubrir y atacar los problemas, para penetrar y entender la realidad, para llegar a establecer -en suma- un proyecto de ordenación de la vida social que sea justo y respete los valores supremos del hombre. Fe en que la razón acaba siempre por imponerse por encima de ambiciones personales, egoísmo de grupo o casta, intereses de clase o ambiciones de partido. En definitiva, exige fe en el hombre y en su fuerza creadora y ordenadora del mundo, mediante el conocimiento, la razón y la buena voluntad.
Institución Futuro
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