La moraleja de esa historieta es elemental: no nos podemos quedar parados. Permanentemente, debemos intentar ser mejores que los demás en algunas de las actividades que encierren mayor valor añadido, como las que requieren un gran capital intelectual. No lo duden, los trabajos que generan riqueza estable están ligados al talento. Por poner un ejemplo cercano, el proyecto de diseño de cada nuevo VW Polo en Wolfsburg es un proceso más rentable que su montaje en la ensambladora de Landaben.
Dinamizar la competitividad es una tarea ardua. Por eso, no conviene añadir dificultades innecesarias, como las que están generando algunos partidos nacionalistas en sus respectivas Comunidades Autónomas. En Navarra, por fortuna, apenas estamos sufriendo por este debate estéril. Sin embargo, creo que es oportuno reflexionar sobre la cuestión, porque nuestro Viejo Reyno posee algunas singularidades que los oportunistas podrían aprovechar para fomentar una miope visión aldeana. Si aspiramos a mantener e incrementar la riqueza y la competitividad de Navarra, hemos de estar dispuestos a participar sin miedo de un entorno abierto, que no admite alzar barreras artificiales, sean de orden político, económico o social. Desde la economía, cualquier intento proteccionista ha demostrado ser incapaz de frenar la fuerza de la globalización. A corto plazo, parece conceder cierto alivio a quienes no se atreven a competir, pero a medio plazo conduce al deterioro ineluctable del tejido económico.
En el plano político y social, la exaltación de los llamados “hechos diferenciales” no es menos empobrecedora. Se puede hacer bien compatible la identidad propia con la apertura al mundo, sin que exista un afán constante por apartarse de los demás, basándose en razones peregrinas, con el único propósito de parecer distinto. Y encima, cuando tus características no te diferencian del resto. Todos los pueblos tienen sus peculiaridades. Hay que reconocer las ventajas que nos han otorgado, como en el caso del régimen foral en Navarra, que ha demostrado ser un instrumento magnífico para lograr el equilibrio entre el necesario autogobierno y el compromiso con la nación a la que todos pertenecemos. Pero, en una época en que la civilización evoluciona hacia la globalidad, los españoles no podemos convertirnos en estandartes de una especie de nuevos reinos de taifa.
La sociedad civil tiene que enfrentarse a la dinámica estéril de reformas estatutarias y cambios constitucionales en la que nos han envuelto ciertos irresponsables de la clase política. Además de no llevarnos a ningún buen puerto, nos alejan de problemas reales: mantener nuestros niveles de bienestar, integrarnos con éxito en la globalización, garantizar el crecimiento sostenible y lograr que nuestra economía sea competitiva en un escenario cada vez más complejo. Para solventar estas dificultades aún nos sobran barreras y, sobre todo, necesitamos que se extienda una mentalidad abierta, por la que la sociedad navarra y española entienda que el planeta no ofrece ya fronteras y sí muchas oportunidades. Por otra parte, es muy importante que otras naciones perciban que en este país también impera el espíritu de la mundialización, que somos un destino interesante para las relaciones comerciales, la inversión y el talento. Asimismo, que podemos ser un actor protagonista en la escena internacional. Me temo que, en las circunstancias actuales, no gozamos de demasiado crédito.
Navarra debe alejarse de los derroteros que han tomado otras Comunidades Autónomas y apostar por conseguir la distinción en el entorno global: hacer mejor que nadie lo difícil, pues a todos interesa. En próximos artículos, prometo desgranar algunas potencialidades con las que podemos ser una referencia de prestigio en el mundo.