El pasado 23 de diciembre los españoles recibimos con sorpresa la excelente noticia de que se había logrado un gran acuerdo nacional tripartito entre el Gobierno de España, los sindicatos UGT y CC OO y la parte empresarial CEOE para promulgar una nueva legislación laboral. La gran noticia es ver que cuando se quiere, se trabaja, se apartan los dogmatismos y se piensa en el bien común, todavía es posible alcanzar en España grandes acuerdos de Estado.
Llevamos tantos años de enfrentamientos desde las barricadas políticas que este acuerdo entre Gobierno, sindicatos y empresarios es toda una lección de alcance incluso moral, pues las tres partes han demostrado su capacidad de negociación y nos han enseñado con sus respectivas cesiones que han sido capaces de aportar a nuestro país una hoja de ruta consensuada para solucionar uno de los mayores problemas de España, como es el desempleo. Como escribía en estas mismas páginas el abogado Francisco Javier Sagüés, “la nueva reforma consensuada es más favorable que otra que fuera más ambiciosa, pero carente del apoyo empresarial”.
Pero este campo no es el único donde nuestro país arrastra los pies y donde nos estamos quedando atrás respecto de nuestra capacidad potencial de desarrollo. Hay otros asuntos nacionales donde sería imprescindible esta generosidad, capacidad política y respeto a los ciudadanos para alcanzar grandes y perdurables acuerdos.
La educación quizá sería el primero y más prioritario, un pilar fundamental para cualquier nación y donde, aquí, se suceden vergonzosamente, una tras otra, leyes de Educación partidistas y no de país. También, sin duda la reforma y actualización de la Constitución; ninguna democracia avanzada ha mantenido prácticamente intacta su Constitución durante tantos años como España; menos mal que la Constitución española de 1978 es un milagro político que todavía gobierna el entramado legal e institucional de nuestro país, pero, qué duda cabe que necesita una adaptación a la actual realidad española, entre otras cosas, para demostrarnos que somos capaces de hacerlo sin que nada grave suceda. Y, por no alargarme, la renovación no traumática de todos los órganos constitucionales e institucionales que tan necesarios resultan para el normal funcionamiento de una nación o la reforma de la ley de pensiones, crucial por ser el actual sistema insostenible en el medio plazo.
A nivel regional tampoco nos quedamos atrás. Clama al cielo que aún no se haya planteado una reforma fiscal seria, consensuada y en profundidad que haga de nuestra tierra una región atractiva para la captación de empresas y talento. O que nadie quiera decir basta, con una reforma de la Administración Pública que permita sacar el máximo partido a cada euro invertido, en vez de aumentar año tras año el gasto público con el dinero de todos los navarros.
Desgraciadamente, día a día seguimos viviendo actitudes verdaderamente irresponsables fruto del pánico actual a alcanzar grandes acuerdos, fundamentalmente entre quienes tienen la capacidad y obligación política de hacerlo, es decir, entre el Partido Socialista que actualmente gobierna España y el Partido Popular, que le toca estar en la oposición. Pero eso, que es de primera aplicación para España, también lo es para Navarra.
Vergüenza política y ciudadana es lo que me transmitió la retirada del pleno del parlamento foral de la actualización del Convenio Económico entre Navarra y el Estado. La primera vez en 30 años. La razón, que el PSN no consensuara previamente el texto ni con sus socios (Geroa Bai, Izquierda-Ezkerra y Bildu) ni con Navarra Suma. ¿Qué pensarán en el Estado de cómo llevamos nuestro principal asunto en la Comunidad Foral? El mismo día que la Ley del Concierto Vasco se aprobaba por amplia mayoría en el Congreso de los Diputados, en el Parlamento de Navarra el Convenio Económico saltaba por los aires.
En definitiva, y volviendo al gran acuerdo de la reforma laboral, eso es lo que queremos la gran mayoría de los navarros y de españoles. Volver a la senda del diálogo. Ver a nuestros representantes políticos hacer lo más difícil, ser humildes y reconocer que, unos y otros, Gobierno y oposición, han sido elegidos para llevar adelante a nuestro país. No los votamos para levantar trincheras; para eso no hace falta la democracia. Ser rehenes de partidos políticos minoritarios es la cosa más absurda que pueda imaginarse y utilizar las mayorías para machacar al contrario, que representa a otra parte equivalente de ciudadanos, una injusticia, gobierne quien gobierne.
La reforma laboral consensuada en España ha supuesto un gran acuerdo que esperemos no se les atragante a los estrategas de los grandes partidos políticos y sirva de acicate para nuevas vías de acuerdo entre diferentes. Tan solo hay que desear que de su correcta aplicación se acabe de una vez por todas con la insufrible tasa de desempleo estructural, la temporalidad y el paro juvenil. Y que también se avance de forma decidida en nuestra productividad y competitividad y que ello, lejos de ser en base a reducir salarios, conlleve una mejora de rentas constante y a lo largo de los años para trabajadores y empresas. Solo lo lograremos si trabajamos todos a una.