Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a una magnífica conferencia de Helmut Kohl sobre Europa. El ex-canciller desgranó los episodios de la historia europea que había protagonizado. Su alejamiento de la política, unido a su deseo de anteponer la verdad a un discurso para complacer, le permitió hablar con una libertad y una nobleza de espíritu impresionantes. Sus argumentos mostraban una perfecta armonía de ilusión y racionalidad: ¡resultó emocionante! Les confieso que entré a la conferencia frío y euro-pesimista y salí conmovido y euro-esperanzado. El leitmotiv de su exposición fue que las mejores realidades han sido posibles gracias a grandes visionarios.
Conviene reconocer la deuda de gratitud que España tiene con el ex-canciller. A este respecto, Kohl contó las enormes resistencias que tuvo que vencer, especialmente de Francia, para que los países del sur ingresáramos en la Unión Europea. Había un escepticismo generalizado ante las ampliaciones y nadie creía que España consiguiese alcanzar las condiciones necesarias. Kohl predicó en todas las cancillerías que la UE necesitaba futuro, y que España resultaba esencial para la Europa del siglo XXI. También recordó que las raíces históricas de nuestro país eran profundamente europeas.
El euro es otro de sus triunfos que también nos afecta. Indicó que el marco y su fortaleza constituían el mayor orgullo del pueblo alemán y un signo de su identidad nacional. Aseguró que, si hubiera convocado un referéndum en el que se cuestionara el abandono de esta moneda, lo habría perdido. Contó una anécdota preciosa: Deng Xiao Ping le dijo en una visita a China que Europa debía tener una moneda común que pudiese competir con el dólar y beneficiar tanto a chinos como a europeos. Estoy convencido de que, si todos los países de la UE hacen sus deberes, la premonición del dirigente chino se convertirá pronto en una realidad y el euro adquirirá la importancia del dólar. Un tercer éxito de Kohl fue ganar la batalla a los muchos alemanes que preferían dos alemanias a una. La caída del muro de Berlín primero y la reunificación más tarde siguen costando un gran sacrificio que el pueblo alemán ya ha asumido. De otro lado, no se puede concebir una Europa unida sin que su mayor país lo esté.
Una Europa de valores
Me sorprendió que, ante una audiencia fundamentalmente alemana y de buen nivel intelectual, sobrepasase lo políticamente correcto y hablara con valentía de sus convicciones. Defendió que la UE debiera ir más allá de los objetivos económicos y perseguir también una unión moral de inspiración cristiana. Además, se mostró partidario de dar contenido a la futura Constitución Europea y reconocer su dimensión religiosa. Recordó que las ideas cristianas del ser humano son algo muy europeo que no tiene nada que ver con la Iglesia. Concluyó que Europa necesita esos principios.
Kohl explicó que los europeos no estamos solos y que el mundo debe estar unido; dependemos los unos de los otros y, por tanto, tenemos que ser amigos. El ex-canciller apuntó la conveniencia de que los países se digan las verdades unos a otros y hablen de la realidad, en lugar de referirse tan sólo a lo que el otro desea oír. Recordó que los americanos nos han socorrido en dos guerras y creen que Europa continúa sin fuerza porque actúa guiada por los intereses particulares de cada país. Sugirió que el viejo continente debiera cooperar con los americanos y no fomentar una multipolaridad: ¡los europeos y los americanos nos necesitamos!
Políticos mostrencos
El hecho que las visiones de Kohl se hayan convertido hoy en una realidad le otorga una autoridad indiscutible. La situación actual de Europa debe mucho a la capacidad de gobierno de aquel canciller. El euroescepticismo se abre camino día a día por la soberbia y la incapacidad de tomar las decisiones pertinentes de algunos políticos encumbrados. La cortedad de miras de esos dirigentes, les importa más su popularidad que la responsabilidad de sacar adelante sus países, está haciendo añicos la construcción europea. En muchas ocasiones, hacer algo grandioso para el mañana implica convertirse en un incomprendido hoy. Por ejemplo, violar el Pacto de Estabilidad es propio de la batalla del mostrenco: vence por su tamaño, no por la razón.
Los tiempos difíciles constituyen la prueba de la valía de los primeros ministros: los auténticos líderes (los estadistas) saben conseguir que la población se resigne a soportar condiciones tan penosas como necesarias. Europa necesita la generosidad de todos y unos políticos de más talla y visión. Como dice Emerson los hombres grandes son aquellos que sienten que lo espiritual es más poderoso que cualquier fuerza material y que son las ideas las que rigen el mundo.