Hay mucho ruido y furia en los diagnósticos que se hacen sobre la economía. Hay en el ambiente desánimo y angustia y estas percepciones generan desconfianza en las posibilidades de superar la presente situación. Pero también hay evidencias en los datos económicos como para confiar en que con un análisis riguroso y un firme compromiso colectivo, la recuperación se intensifique. El crecimiento no es automático, tampoco el declive. La superación de los obstáculos para crecer no es tarea fácil, pero tampoco una aventura imposible. Nuestra suerte depende de las decisiones y acciones que decidamos tomar.
Muchas de las incertidumbres de la economía tienen su origen en debilidades que son herederas de una trayectoria seguida durante los últimos treinta años y que no hemos sabido corregir a tiempo. Cuando las cosas iban bien, resultaba impensable iniciar medias correctoras. Cuando van regular, resulta complicado hacerlo porque los recursos son escasos y las resistencias se extienden.
El factor de riesgo principal en los fundamentos de nuestro crecimiento, es el de la desconsideración con la que hemos tratado a la industria. En 1981 en Navarra, la industria representaba el 36,5% del PIB regional, en 2013 ha caído al 25,6 %. ¿Debería preocuparnos esta trayectoria? ¿Dónde están los problemas? Los principales rasgos de preocupación se encuentran en: Un patrón muy extendido de crecimiento empresarial con una insuficiente inversión en activos intangibles. La inversión productiva se ha financiado con deuda, muchas empresas están escasamente capitalizadas, y una gran mayoría poco orientadas a la mejora de la productividad.
Un tejido industrial fragmentado, donde un grupo reducido de empresas tienen tamaño y disfrutan de una posición competitiva sólida pero otras muchas, tienen una dimensión insuficiente, no están habituadas a cooperar, se encuentran poco internacionalizadas y no son innovadoras.
Desde la perspectiva del entorno, resulta llamativa la falta de atención y financiación de la educación. Y esto es particularmente preocupante en la enseñanza profesional y universitaria, que son palancas esenciales para promover capacidades y competencias distintivas en las personas, la excelencia tecnológica y la cultura de la innovación y asunción de riesgos.
Hay una ausencia de iniciativas para el diseño de un ecosistema de innovación que defina acciones e incentivos para que la ciencia, la investigación, la innovación y el desarrollo se relacionen con eficacia. Sólo hay retórica y buenas palabras, son escasas las iniciativas que promueven la exploración de nuevos caminos. Es deficiente la arquitectura construida e insuficiente la inversión.
Y esta falta de atención y foco se ha manifestado, también, en la llamativa ausencia de una política industrial que apoye estrategias arriesgadas, ayude a encontrar nuevas fronteras a las empresas y potencie la colaboración público/privada.
Y finalmente, tenemos una industria orientada a sectores y negocios de modesto atractivo futuro y con un potencial reducido de crecimiento. Hay una presencia limitada de empresas en negocios con altas expectativas de crecimiento. En muchas industrias las fortalezas competitivas se han definido desde la perspectiva del coste y no desde la óptica de la diferenciación y la creación de valor. Desde hace años hemos desconsiderado la industria. Hay una opinión ampliamente extendida que asocia el tejido industrial con actividades de baja productividad, empleos sencillos y rutinarios, que requieren de limitadas habilidades y que son fácilmente imitables porque pueden ser realizados por cualquier trabajador en cualquier parte del mundo. No son pocas las voces que plantean que una economía avanzada es la que se basa en los servicios y no en la producción de bienes.
Esta visión no sólo es un mito, es algo mucho más grave, representa un profundo error de diagnóstico. En industrias maduras y en actividades de alto potencial de crecimiento, la manufactura de calidad es una actividad que crea riqueza. La industria de excelencia requiere de un talento y conocimientos elevados, de desarrollos tecnológicos sofisticados y cuando utiliza modernos sistemas de gestión empresarial (estrategias competitivas, trasparencia, implicación de las personas y control de resultados) opera con alta productividad y es difícil de imitar.
Por eso, resulta incomprensible tanta falta de iniciativas y la ausencia de proyectos movilizadores. Cuanto más se tarde en superar las resistencias a los cambios y emprender reformas en la industria y las empresas, más difícil será recuperar con firmeza la senda del crecimiento. En estas condiciones, en Navarra resulta prioritario renovar la atención y el cuidado de la manufactura. Hay que apostar por una reindustrialización firme y decidida. Hay que modernizar sin descanso, el tejido industrial. Una industria de excelencia que utilice sistemas de gestión empresarial innovadores, es la mejor garantía para mantener la prosperidad. Mirar la renovación de la industria para producir prosperidad, es mirar al futuro.
Precisamente por la relevancia de la manufactura para nuestro crecimiento, recordar a los pioneros de la industria en Navarra, los empresarios y directivos, técnicos, educadores, funcionarios públicos y trabajadores que durante los años cincuenta y sesenta desarrollaron con determinación sus empresas, invirtieron capital, asumieron riesgos, ampliaron mercados, aprendieron y desarrollaron nuevas tecnologías, diseñaron planes de promoción y practicaron una cultura de austeridad y esfuerzo, resulta una muestra de reconocimiento y es un ejercicio de verdad.
En este contexto, la concesión de la medalla de oro de Navarra a Félix Huarte y Miguel Javier Urmeneta, como protagonistas destacados de ese impulso modernizador que consiguió acercar intereses y facilitó el despegue de nuestra economía, es un reconocimiento honesto a pioneros que exploraron nuevos caminos y sentaron las bases de una Navarra moderna. Sin duda, no lo hicieron solos, fueron muchos los que aportaron su compromiso, talento y esfuerzo, pero estas personas destacaron por su visión, ayudaron a establecer un rumbo nuevo y definieron iniciativas que crearon riqueza, empleo y bienestar para muchos ciudadanos. En estos momentos de turbulencias y dudas, necesitamos volver a mirar a la industria como palanca de cambio y referente del porvenir. Debemos reconocer que sin historia no hay presente, y sin un panorama industrial innovador y renovado, no hay futuro.