¿Por qué unas comunidades autónomas obtienen mejores crecimientos económicos y mayor bienestar social que otras? Si todas las variables socioeconómicas de partida se ponderan, los resultados relativos reflejan sensibles diferencias. Parece lógico atribuir una buena parte del resultado obtenido a la estrategia esgrimida por parte de los gobiernos regionales.
Un buen ejemplo es el de Navarra, comunidad que, a pesar de haber estado su Ejecutivo en minoría en su Parlamento, ha cosechado unos éxitos incuestionables. Citaré cuatro datos. Según el informe de Funcas, esta comunidad ostenta el primer puesto de la valoración de sus ciudadanos sobre la calidad de vida con un 82%, y alcanza el segundo puesto en el ranking de crecimiento regional con un aumento del PIB de un 2,74%; respecto al nivel de renta por persona, logra un segundo puesto (Anuario de La Caixa); por último, si nos fijamos en el ranking de las 210 regiones europeas, esta autonomía ocupa el tercer puesto dentro de las españolas. Por el contrario, en este último ratio, Extremadura es el farolillo rojo (210), siendo precedida por Andalucía (199).
Populismo
Desafortunadamente, esa eficacia económica y de bienestar no guarda correlación con los resultados en las urnas: el populismo, como la publicidad engañosa, puede más que las cifras objetivas del incremento de la riqueza regional o de la calidad de la asistencia sanitaria. Es penoso comprobar cómo las tretas electoralistas de políticos mediocres han logrado persuadir el voto de tantos ciudadanos, a pesar de haber demostrado una pobre capacidad de gestión.
No caeré en el simplismo de la atribución de los resultados a errores en la selección de las partidas presupuestarias como los despilfarros en el capítulo de personal, la organización administrativa lenta, cara y poco eficiente y el empacho de actividades populares lúdicas. Este aumento del gasto público en partidas que no generan riqueza, ni directa ni indirectamente, no es la causa de la ineficacia, sino la consecuencia de un hecho más grave: la falta de visión y de talento de los que gobiernan. Poseer esas cualidades no es suficiente, pero sin ellas es difícil avanzar. Padecen de una miopía severa aquellos políticos que no ven que el mejor medio para generar riqueza es el estímulo de la iniciativa ciudadana, y que la sociedad civil debe ser la protagonista de la innovación y el desarrollo de una región.
Sin despreciar los factores aludidos, deseo señalar dos cualidades que están detrás de los éxitos apuntados de la acción de gobierno del presidente navarro Miguel Sanz. La primera ha sido la imperiosa necesidad de hacer de su Ejecutivo un organismo holístico. Este carácter implica que el gabinete debe ser un todo unitario y dinámico en sí mismo, no una suma de consejerías que se disputan las atribuciones y el presupuesto. La segunda es gobernar para el largo plazo: tener pocas y claras prioridades, y concentrar en esas metas importantes y perdurables los mejores esfuerzos.
Habilidad
Hay una tercera habilidad, que quizás sea el secreto que caracteriza a un gran gobierno: acometer las reformas más difíciles al comienzo. El primer año de legislatura, cuando el coste de una pérdida transitoria de la popularidad no tiene consecuencias en las todavía lejanas elecciones, es el momento de cortar infinidad de abusos pasados y de suprimir partidas presupuestarias que han perdido la utilidad que tuvieron.
No es suficiente tener ingenio para vislumbrar las oportunidades que genera la incertidumbre actual y salir al encuentro del futuro. Hace falta además tener el valor de aplicar una cirugía severa que elimine la grasa que impide trabajar el músculo. Cerraré con una sugerencia a los políticos autonómicos que inician su gobierno: que hagáis lo importante en el primer año de vuestro mandato.