Aprovechando la tragedia, algún grupo de comunicación se ha ensañado a fondo para golpear a un Aznar en baja forma, utilizando sus poderosos recursos de prensa, radio y televisión. Esta campaña mediática ha contribuido a algo peor que las equivocaciones del Gobierno: favorecer la consolidación de un modelo perverso de hacer oposición que aleja a los ciudadanos de la política.
El comportamiento del Partido Socialista frente al drama gallego, al mostrarse como un partido sin escrúpulos, para el que todo vale con tal de derribar al adversario, es un error más serio que las graves torpezas del Gobierno.
La conducta del PSOE ha resultado inadmisible: lo mismo se manipula un documento oficial en el Congreso ante las narices del propio ministro afectado, que se lleva al Parlamento Europeo una petición de Comisión de Investigación que desprestigia a la Administración española. A esta formación política habría que recordarle el viejo dicho de que los trapos sucios se lavan en casa.
Al margen de que las ayudas europeas estén o no seguras, desacreditar a España para perjudicar al partido en el Gobierno es una acción que hace poco fiable al personaje. La agresividad excesiva castiga más la imagen del inquisidor que la del atacado. El ciudadano percibe que los políticos profesionales anteponen el provecho del propio partido al bien común. El mensaje permanente según el cual todo lo que hace el que gobierna está mal induce a sospechar de las intenciones del denunciante. Aunque sea por error, alguna vez acertarán.
El progreso de un país no se logra con desplantes permanentes promovidos para agradar circunstancialmente al votante, sino por una política de largo plazo que muestra objetivos claros. Si la responsabilidad del Ejecutivo es gobernar, la de la oposición debería ser ofrecer alternativas y propuestas que perfeccionen la labor del Gobierno. Si por no tener el poder se impide una gestión buena del que lo ostenta, lo probable es que las cesiones consigan una política mediocre, un pasteleo que no tenga las ventajas de los dos modelos en litigio, pero que quizás tenga los defectos de ambas. Considero que los votos perdurables, aquellos que dan estabilidad a una formación política, se consiguen más fácilmente con una continuada labor constructiva que a través de golpes de efecto.
Que nadie espere que el remedio lo generen los mismos que provocan ese hastío hacia los partidos por tanta bronca mezquina. La solución sólo puede emerger desde una sociedad civil comprometida que se sepa hacer oír con fuerza por las castas políticas, sean del signo que sean, para que éstas atiendan mejor las verdaderas demandas de los ciudadanos. Lo peor del Prestige ha sido el enfrentamiento destructivo de los políticos; lo mejor, la colaboración generosa de los voluntarios: toda una demostración de la vitalidad de la conciencia ciudadana. ¡Impresionante!