El silencio hermético del Presidente tiene varios motivos: el primero es que perdería la autoridad indiscutible que ahora posee en favor de su recomendado, lo que limitaría su capacidad para gobernar tanto en su partido como en la nación.
La segunda razón es la necesidad de proteger a su delfín de las artimañas electoralistas de los partidos de la oposición, que lo harían blanco de sus ataques para que llegara lo más maltrecho posible a la confrontación en las urnas. Un tiempo extra permitiría a los adversarios buscar argucias para desprestigiar al contrincante.
Por último, parece conveniente liberar al candidato de la influencia de quienes en el futuro pretenderán obtener favores presidenciales.
Este acoso suele robar el tiempo que se requiere para concentrarse en la campaña electoral y obliga a soportar presiones innecesarias. Como hemos visto, Aznar tiene serias razones para proteger a su sucesor. ¿Pero quién es el candidato más adecuado para sucederle? Aquí deseo sugerir varias pistas. Hay que asumir que todo dirigente político aspira a que los proyectos que ha alumbrado continúen, ya que, supuestamente, en ellos ha dejado lo mejor de sí mismo. De ahí surge la primera señal: buscará un sucesor al que le muevan los mismos ideales y comparta su visión de la realidad, una especie de clónico en cuanto a los principios esenciales de gobierno. Dado que Aznar es demasiado joven para retirarse definitivamente, parece lógico pensar que su candidato cumplirá una segunda condición imprescindible: fidelidad hacia el legado de su antecesor, que asegure tanto una línea de actuación coherente con la anterior etapa de gobierno, como el hecho de que José María Aznar continúe siendo un interlocutor válido en la escena política, hasta el punto de que no le resulte difícil volver a tomar protagonismo público.
El candidato deberá además ser bien conocido por el electorado, ya que no dispondrá de demasiado tiempo para forjar su imagen pública. No le conviene arrastrar ningún episodio insidioso que pueda ser utilizado por la oposición, y tendrá que gozar de una reputación moral y familiar intachables. Asimismo, una cualidad recomendable, es que tenga chispa para dinamizar a una sociedad cada vez más pasiva al quehacer político, pues el triunfo electoral dependerá de los votos que logre robar a la abstención. Por otra parte, el futuro candidato debería caracterizarse por sus capacidades técnicas y económicas. Los ciudadanos valoran más estas aptitudes que las político-partidistas. El ambiente agresivo que se ha apoderado de la política obligará a buscar un aspirante con nervios bien templados para guardar el equilibrio en el trapecio del gran circo de la carrera de San Jerónimo ante violentas sacudidas. Y una última pista: parece muy aconsejable un buen conocimiento de la Unión Europea que permita defender con sagacidad los intereses nacionales.
Tras estas conjeturas, querido lector, diviértase asignando cuotas de probabilidad entre los políticos de primera línea y pruebe a acertar el nombre del candidato (¡o candidata!) que está escrito en el célebre cuaderno.
El ejercicio estimulará su intuición, una facultad fascinante. ¡Animo! Hasta dentro de dos semanas.