Está muy bien eso de que Euskal Herria es el país de los hablantes del euskera. Sólo faltan los hablantes del euskera. Si es por la lengua que conocen y hablan, desde luego Navarra no es Euskal Herria. Tampoco lo es la CAV, pero en este caso son los datos de Navarra los que nos ocupan. Si de lo que se trata es de crear un estado que refleje una realidad cultural, está claro que no existe tal cosa si de lo que se trata es de crear un estado llamado Euskal Herria. Mucho menos un estado llamado Euskal Herria incluyendo a Navarra y con capital en Vitoria, Bilbao o Waterloo. No sólo es que no existe una realidad lingüística que no se encuentre reflejada por la realidad política, sino que de hecho, puestos a encontrar algo llamativo, lo cierto sería que el euskera y su importancia gozan de una inmerecida discriminación positiva y se encuentra ampliamente sobrefinanciado sobre-representado, pero vayamos con los datos.
El boletín semanal de Institución Futuro viene esta semana calentito, con una recopilación de encuestas oficiales sobre el conocimiento y uso del euskera en Navarra. La cruda realidad: el 85% de los navarros no conoce el euskera y el 95% no lo usa.
Los datos también evidencian no sólo que el uso del euskera es extraordinariamente minoritario en el presente, sino que no aumenta, o incluso decrece, en las últimas décadas. En las calles navarras se utiliza menos el euskera que en 1993.
El famoso modelo D, o modelo opositor a una plaza en la administración vasca o foral, también se encuentra hace tiempo estancado. Desde luego no ha crecido nada durante los casi 10 años ya de gobiernos del “cambio”. El discurso de que el modelo D estaba reprimido por la derecha ultrahitleriana, que existía una increíble demanda oculta, y que por tanto había que ampliar de forma apabullante la oferta, se demuestra claramente que era una mezcla de timo, bulo, fake news, fango y subvención.
Lo que desde luego sí ha crecido es el dinerito presupuestario que se ha ido llevando el euskera a lo largo de los años. Bueno, no el euskera propiamente dicho, sino los profetas del euskera, el clero lingüístico del nacionalismo, sin resultado ninguno sobre la realidad lingüística. Para esto la política lingüística podía limitarse a la libertad lingüística y no sólo nos ahorraríamos mucho dinero y eliminar mucho parasitismo presupuestario, sino que el euskera presentaría menos politización y menos rechazo.
Todo lo anterior no implica ningún rechazo al vascuence ni la negación del concepto cultural de Euskal Herria. Como realidad cultural es evidente la existencia de Euskal Herria en el mismo sentido que existe la Hispanidad. Otra cosa es que intentemos convertir Euskal Herria o Hispanidad en una realidad política, o que pretendamos que todo el mundo en un estado sólo pueda hablar una lengua, o que toda la gente que conoce una lengua tenga que vivir en un sólo estado, o en la misma comunidad autónoma. Mucho más cuando el vascuence es una realidad absolutamente apreciable y respetable, pero también absolutamente minoritaria. Da la impresión de hecho que cuanto más manoseada y convertida en ariete político nacionalista más minoritaria y más rechazada, o por lo menos más estancada.