Con tantas elecciones este año -autonómicas y municipales por un lado, y nacionales por otro-, en mi círculo más cercano ha habido mucho debate político. No me refiero a debates sesudos de grandes alturas, sino muy cotidianos, sobre lo que nos preocupa, lo que nos afecta, lo que nos aprieta el bolsillo… Y me he dado cuenta de que hay ciertos temas que resultan francamente polémicos. O impopulares. O sencillamente desconocidos.
Por ejemplo, decir que España en general y Navarra en particular están demasiado endeudadas no granjea muchas amistades. Para empezar porque la deuda pública es muy intangible, muy difícil de materializar. Todos entendemos que si en nuestro hogar tenemos unos gastos que superan nuestros ingresos y tenemos que echar mano del banco, ese dinero tendremos que devolverlo más pronto que tarde. Y con intereses. El sentido común nos dice que es mejor tener unas cuentas equilibradas, y que no podemos endeudarnos como millonarios con sueldos de mileuristas. Trasladar eso al gasto público es otro cantar; ya se pagará más adelante…
Tampoco parece ser muy popular manifestar que la fiesta la pagamos entre todos, y que más vale que se consiga la eficiencia en el sector público cuanto antes. Menos gasto y mejor servicio debería ser el mantra de toda Administración. Gastar por gastar y jactarse de que se es mejor porque cada año se consigna más dinero a los presupuestos no puede ser admisible por la ciudadanía. Por desgracia, resulta ser uno de los pocos indicadores sobre la eficiencia del gasto público: como se gasta más, se es mejor. Por desgracia, en Navarra tenemos varios ejemplos de todo lo contrario.
Hablar de impuestos es otro jardín del que parece difícil salir. Intentar explicar que lo que pagamos al fisco no se limita a si la declaración de la renta nos sale a pagar o a devolver. Que el IVA lo abonamos en cada producto o servicio, que alrededor del 60% del precio de la gasolina son impuestos, que por heredar se paga sobre lo que ya ha pagado tributos con anterioridad… Hacer didáctica de la realidad fiscal nunca debería estar penalizado: qué menos que los ciudadanos entendamos bien cómo se financia el gasto público.
O también, plantear que habría que pensar otra forma de remunerar a los buenos funcionarios, a los que hacen bien su trabajo y se esfuerzan, y penalizar a los que por haber llegado hasta allí se creen con derecho a todo. Comprendo que la masa funcionarial son muchos votos, demasiados como para que cualquier partido político plantee esto en alto… pero en el sector privado existen multitud de herramientas de gestión de personas que podrían empezar a implementarse, sin prisa pero sin pausa.
Hablar de colaboración público-privada parece ser otra forma de decir “que viene el coco”. Porque claro, defender que la empresa privada genera riqueza y empleo y que es bueno apoyar al sector privado tampoco es bien visto en según qué círculos. Desear que haya más Amancios Ortegas y Juan Roigs, tildados de explotadores por varios sectores, no resulta popular. Pero por desgracia empresas grandes hay pocas; en España proliferan sobre todo las Pymes (el 99,9% de todas las compañías).
Lo que me lleva a mi última reflexión. Decir que tendría que haber más control sobre las ayudas sociales granjea, casi de manera automática, la etiqueta de insolidaridad. Que las reciba quien de verdad las necesite, por supuesto, pero que no se conviertan en la forma de vida de algunos que aun pudiendo trabajar prefieren vivir de “lo público”. Porque ese ente, lo público, lo financiamos ustedes y yo, levantándonos cada mañana para ir a trabajar, lo financia el empresario que paga impuestos religiosamente y se preocupa de que el negocio avance y de sí para pagar las nóminas cada mes.
Creo que en varios temas económicos hace falta mucha didáctica. Precisamente porque no es un área fácil, pero al mismo tiempo nos afecta en nuestro día a día. Primero conocer y entender bien, y luego decidir, con libertad, qué modelo nos gusta más.