Con la llegada de la pandemia de la covid-19, toda la sociedad fue consciente de la importancia de contar con unos servicios sanitarios de calidad. Y como es obvio, dichos servicios hay que costearlos. En Navarra, más del 26% del presupuesto no financiero del Gobierno para 2022 se va a destinar a salud, 1.261 millones, un gasto que aumenta año tras año, siendo la tercera región española con el gasto por habitante más elevado (1.915 euros), solo por detrás de País Vasco y Asturias.
Una encuesta encargada por el departamento de Salud, llevada a cabo en septiembre de 2021, pero cuyas conclusiones se conocieron hace pocas semanas, indicaba que los navarros “mantienen una alta valoración de la atención sanitaria pública de Navarra”. Desconozco los criterios de elaboración de la misma, pero sus resultados contrastan con el malestar patente en la sociedad. La covid ha sido el detonante que ha hecho más patentes las carencias de un sistema que ya arrastraba desde hace tiempo fallos importantes. Listas de espera en aumento -cuando en otras regiones ya van de bajada-, quejas y reclamaciones en máximos, consultas presenciales a las que durante muchos meses ha sido casi imposible acceder, centralitas telefónicas colapsadas… Estos hechos han sido, y mucho me temo que algunos todavía se mantienen, la realidad en Navarra.
Lo fundamental es conseguir optimizar al máximo la calidad y la gestión del servicio sanitario. Porque la sanidad afecta a todos por igual, sin distinción de clases ni partidos y, por tanto, requiere de un amplio consenso de todas las fuerzas políticas. Especialistas en el tema, como los profesionales del Sindicato Médico Navarro, han denunciado en numerosas ocasiones la escasez de médicos en nuestra región. De nada sirve que Navarra sea la sexta CCAA con mayor número de centros de atención primaria por 100.000 habitantes, por encima de la media nacional, la quinta en centros de salud y la sexta en consultorios locales, si estas infraestructuras no cuentan con los profesionales necesarios para llevar a cabo las consultas. Siempre debemos pensar en optimizar la calidad dentro de un sistema sostenible, donde el personal se lleva más de la mitad del gasto del departamento.
Cuando hablo de sostenibilidad no me estoy refiriendo a recortes. Estoy pensando en eficiencia, y sin demonizar, por ejemplo, la tan fructífera colaboración público-privada, o contando ahora más que nunca con la innovación, la tecnología y la digitalización. Estas son palancas fundamentales para mejorar los procesos y la seguridad del paciente dentro del sistema sanitario, así como para conocer los resultados que se van obteniendo. Los datos de actividad que se manejan en la actualidad no son suficientes para determinar el valor de nuestro sistema sanitario y, por tanto, su eficiencia. Entendiendo como valor la relación entre los resultados de mejora relevante obtenidos para el paciente y los recursos utilizados.
Igualmente habrá que abrir un proceso de reflexión valiente que nos sirva para identificar y modificar, en la medida de lo posible, elementos anacrónicos presentes en nuestro sistema sanitario, propios del siglo pasado, que constituyen serios condicionantes para una atención sanitaria de calidad centrada en el paciente. Los sistemas de contratación, por ejemplo, entrarían dentro de estos elementos anacrónicos presentes a los que me refiero.
Siendo conscientes de que el PERTE para la Salud de Vanguardia, enmarcado en el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la Unión Europea, va a ser una oportunidad única para posicionar a nuestro país como líder en el sector sanitario y farmacéutico, lo debemos aprovechar por su gran capacidad de arrastre sobre la actividad y el empleo.
Me consta que al Gobierno de Navarra también le preocupa el tema, de ahí que haya encargado a la AIReF (Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal) el análisis de la eficacia y eficiencia del gasto público sanitario. Estoy convencido de que el estudio de la AIReF será impecable y solo espero que sea tenido en cuenta para la toma de decisiones posteriores.
La mejora de cualquier sistema sanitario no debiera realizarse si no es con la participación de todos los agentes implicados, poniendo los problemas de los pacientes y profesionales en primer plano y con incrementos de financiación ligados a mejoras y objetivos concretos. Objetivos como que se reduzca la lista de espera de navarros para primera consulta, que en marzo de 2021 alcanzó los 55.255 pacientes. De no ser así, la salud puede convertirse en un “saco sin fondo”, donde la transparencia y a la evaluación de resultados brillen por su ausencia. Debemos aspirar a un sistema de salud donde la gestión no sea la pega, como lo es ahora. Donde las decisiones técnicas las tomen los expertos y no los políticos de turno (cada uno con su color), decisiones consensuadas y normalizadas, sin olvidarnos de la colaboración público-privada. Donde podamos atraer y retener a más profesionales, que han demostrado en la época covid que el problema no radica en ellos.
Miguel Ángel Oneca Eransus Miembro del think tank Institución Futuro