Los padres sabemos bien que se educa con el ejemplo, aunque no siempre nos resulte fácil aplicar este axioma. No basta con decir las cosas: hay que demostrar que se pueden hacer y, además, que se pueden hacer bien. Por ello nos afanamos en ofrecer la mejor versión de nosotros mismos para que nuestros hijos sigan nuestro ejemplo.

Pero no somos los únicos modelos en los que se pueden mirar. En la sociedad, por fortuna, existen no pocas personas que nos enseñan cada día cómo desarrollar un buen trabajo, con honestidad y coherencia, sin grandes aspavientos y aportando su noble compromiso a los demás.

Varias de esas personas han sido premiadas recientemente por la Cámara Navarra de Comercio. Se trata de compañías que nuestros jóvenes deberían conocer para desmitificar algunos clichés que, por desgracia, todavía existen sobre la profesión de empresario. En estas mismas páginas de “Diario de Navarra” Carlos Medrano recordaba que la mayor parte de las películas y series televisivas, decisivas en la creación de estereotipos sociales en el imaginario colectivo, se centran en la faceta negativa del empresario. Así, ponen el acento en aspectos como su egoísmo, avaricia, explotación de los empleados y otras atrocidades semejantes.

Y qué diferentes resultan tales prejuicios de la identidad y trayectoria de las empresas y empresarios que he tenido el placer de conocer de primera mano. Valga como botón de muestra IAR (Industrial Aumented Reality), una empresa especializada en el desarrollo de software industrial. Cuando conocí a sus fundadores en el marco de Impulso Emprendedor 2015 de CEIN, no daba crédito a su proyecto. Poniendo una tablet delante de, por ejemplo, un cuadro eléctrico, se podía conocer de manera inmediata qué función tenía cada una de las teclas, sus eventuales fallos e incluso era factible descargar el manual de instrucciones para poder repararlo. Como inexperta en la materia, tal demostración me parecía revestir los rasgos propios de la ciencia ficción.

El tiempo ha demostrado que la cosa no iba de magia y que esa empresa tan solvente e innovadora ha podido aumentar su plantilla a casi 30 ingenieros y trabajar para firmas como Acciona o Volkswagen. Solo quienes conocen a los fundadores saben el tiempo y el esfuerzo extraordinarios que han invertido en dicho proyecto, que ha conseguido despegar gracias a su tenacidad. El premio recibido contribuye a difundir el proyecto y ojalá que, también, sus inherentes valores profesionales y personales.

La usual distinción entre emprendedores –asociados a una imagen benévola de jóvenes que arriesgan y comienzan un pequeño negocio- y empresarios –antiguos emprendedores que han tenido éxito y a los que, por desgracia, se les adjudican rasgos mucho más negativos- es, a mi juicio, irrelevante. Puede haber emprendedores o empresarios que son o no buenas personas. Al igual que hay, cómo no, buenos y malos políticos, buenos y malos médicos… La cuestión no va de profesiones, sino de personas.

Y qué persona es el premiado por la Cámara a la trayectoria empresarial. Se trata del también ingeniero José Antonio Pérez-Nievas, a quien hace años que conozco pero al que he tenido la fortuna de tratar más estrechamente durante los últimos meses. Este tudelano consiguió hacer en la España de los años ochenta y los noventa lo que nadie se había atrevido, lo que ahora muchos denominan un “milagro tecnológico”, que consistió en crear tecnología propia en vez de depender de las correspondientes licencias de empresas extranjeras. Tan innovadora apuesta se tradujo en que su empresa, Ceselsa, pasó de 100 a 1.500 trabajadores debido a su firme creencia en el talento de los ingenieros españoles. De su excelencia empresarial son un claro exponente los contratos relativos a proyectos tan importantes como el sistema de control del tráfico aéreo de Sevilla, el de Moscú, radares tridimensionales para España, otros países y la OTAN… Para poder tener el control accionarial de la empresa, Pérez-Nievas tuvo que convencer a su familia para que invirtiera su patrimonio, lo que supuso un notable riesgo personal que salió bien.

Volviendo a mi argumento inicial, me gustaría que mis hijos conocieran el itinerario empresarial de José Antonio: cómo estudió ingeniería en Barcelona y en Harvard, cómo trabajó en Estados Unidos cuando era insólito salir al extranjero… Y, sobre todo, me complacería que aprendieran de él lo bien que se pueden hacer las cosas sin grandes alharacas, con modestia y con la tranquilidad que da el saber que se hace lo correcto. Que supieran que, a pesar de los tiempos convulsos que corren, la honestidad, la humildad y la gratitud son valores que merece la pena cultivar y que, quizás hoy más que nunca, deben cotizar al alza en el ámbito privado y público. Y que aprendieran que no basta con ser buenos profesionales, sino, sobre todo, buenas personas.

Desde aquí mi admiración y agradecimiento a los premiados por la Cámara y a los numerosos empresarios y directivos que consiguen sacar adelante sus empresas favoreciendo la creación de riqueza y empleo. Ellos sí que saben predicar con el ejemplo.

Institución Futuro
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