Diario de Navarra, 30 de septiembre de
Jorge Dezcallar, ex director de CNi y ex embajador de EEUU

A Jorge Dezcallar le gusta repasar las batallas de sus cuatro décadas de labor diplomática. Los secretos se los guarda. El que fuera jefe de los espías españoles asegura que “no conoció” al ex comisario pero que sabía quién era y qué hacia

Jorge Dezcallar de Mazarredo (Mallorca, 1945) ha sido testigo privilegiado de la historia democrática de una España que hoy ve preparada para una segunda transición. Ha sido embajador en Marruecos (1997-2001), la Santa Sede (2004-2006) y EE UU (2008-2012), y dirigió el CNI entre el 2002 y 2004 con José María Aznar. Allí le sorprendió el 11-M. Hoy le preocupa que su país haya perdido peso en la escena internacional, la crisis de los partidos tradicionales y los ‘deep fakes’, con la cibertecnología como arma política. El viernes respondía en Pamplona a este periódico antes de participar en un encuentro organizado por APD.

No he encontrado ningún máster en su currículum.

Es que no tengo (risas). Bueno, tengo uno de la escuela diplomática en relaciones internacionales y es de verdad. Fueron dos años duros.

Ha venido a Pamplona para hablar de cambios y revoluciones: la tecnológica, la demográfica, la de la información… Un Estado que ha perdido el control de la información, ¿cómo va a responder a las demandas de sus ciudadanos?

El Estado ha perdido el control de muchas cosas. No controla la economía, tampoco la moneda, ni las fronteras, ni la ecología, ni la emigración… Pero los ciudadanos le siguen exigiendo que cumpla el pacto social que surgió tras el tratado de Westfalia en virtud del cual le dan impuestos y obediencia a cambio de seguridad y trabajo.

¿Ha perdido atractivo la democracia?

Sin duda. En España no tenemos la emergencia de la extrema derecha xenófoba, pero sí una crisis de los partidos tradicionales. Hay que acabar con las listas cerradas y acercar los partidos a la realidad. Ciudadanos y Podemos están para quedarse y eso nos exige aprender a pactar, ceder y hacer coaliciones.

Y todo esto en un contexto de sobreinformación.

Es un problema añadido, sí. Cuando estaba en el CNI, nuestra obsesión era saber cosas y tener información y ya entonces el problema empezaba a ser distinguir entre la buena y la mala. Eso se ha acelerado tanto que ahora hay gente que difunde intencionadamente información errónea. Lo último son los ‘deep fakes’ (unos videomontajes basados en inteligencia artificial que permiten sustituir a una persona por otra y hacerle decir y hacer lo que uno quiera).

¿Pero no iba a estar la salvación de la humanidad en la inteligencia artificial y el big data?

La tecnología nos hace libres, pero también mucho más vulnerables. La gente se gasta mucho dinero en poner guardias y cerrojos en su puerta, pero no se gasta lo suficiente en asegurar sus archivos y comunicaciones porque no es consciente de los riesgos.

Para información comprometida la del excomisario Villarejo.

De lo que pueda decir ese personaje no me fiaría ni un pelo. No me merece ningún respeto.

¿Coincidió con él alguna vez?

No, pero sabía quién era y lo que hacia. Mucha gente lo sabía también. Este escándalo se veía venir.

¿Le consta que pudo tener relación con los servicios de inteligencia?

¿En mi época? Tajantemente no. Sabíamos que era un tipo indeseable. Hay gente con la que es mejor no tener relación. Lo del pequeño Nicolás fue una parodia. Los tribunales ya lo han dicho. Pero lo de Villarejo es una cosa seria.

Es que ha apuntado al corazón del Gobierno con las grabaciones de la ministra y amenaza con una traca final antes de Navidad.

Y le creo muy capaz de hacerlo. Lo que no sé es si lo que presentará será verdadero o falso. Con herramientas muy sofisticadas se puede hacerse cualquier cosa. A Scarlett Johanson le hicieron hacer un vídeo porno. Pero esto, que afecta a la dignidad de las personas y a su intimidad, se convierte en un arma política muy peligrosa. Estamos al principio de algo que pone los pelos de punta. Con cibertecnología puedes interrumpir las redes vitales de un país, los sistemas de cuentas de los bancos, los ordenadores de defensa, un avión en vuelo … Es terrible. En Hong Kong, una empresa tiene un algoritmo sentado en el consejo de administración con derecho a voto.

Usted que las conoce, ¿a qué huelen las cloacas del Estado?

No me gusta el término. Es un trabajo que hay que hacer. Me huelen a mucho trabajo, a esfuerzo y a compromiso.

Si tuviera que quedarse con un fotograma de su paso por el CNI, ¿cuál sería?

Con la despedida. Cuando me metí en el coche seguía oyendo los aplausos que me dedicaba la gente en el teatro donde dije mis últimas palabras.

No debió ser fácil su salida, tras el 11-M…

Yo no era del PP, pero tampoco del PSOE y Bono quiso poner a uno de su confianza. En eso no estuve de acuerdo. Creo que el centro debe ser independiente. Allí dentro no era fácil nada, pero me permitió ver el Estado desde otra perspectiva. Tenía tal exceso de información que cuando salí estuve tres meses sin querer ver un telediario ni leer un periódico.

De los secretos que se llevó mejor ni le pegunto.

(Risas). Mejor, porque no le voy a contar ninguno.

Las tensiones con el modelo territorial son permanentes. Tras lo ocurrido en Cataluña, la ecuación se complica aún más.

Está muy de moda criticar la transición. Yo creo que lo que se hizo fue admirable y nos dio 40 años de tranquilidad. Se hizo a base de sacrificios y de ceder. Que no me digan que Fraga y Carrillo tenían menos diferencias que los políticos actuales.

¿Necesita España una segunda transición?

Sin duda. Las cosas que no se tocan se acaban rompiendo. Me gustaría que fuéramos capaces de común acuerdo de modificar la Constitución, pero no creo que haya que hacer ofrecimientos de modificarla sin saber primero qué se quiere modificar y sin tener los votos necesarios para hacerlo.

¿Hemos perdido peso en la escena internacional?

España tuvo una política exterior con Felipe González y con José María Aznar. Fueron diferentes, pero las dos sólidas, con un proyecto de país y ambición. Eso se perdió cuando llegó Zapatero y continuó con Aznar.

¿Y ahora?

Ahora empezamos a tener voluntad política. Es importante porque Europa nos necesita, sobre todo, con la salida del Reino Unido y con una Italia mirándose el ombligo. O Europa se integra más y se dota de una política exterior, de defensa y energética o desaparecerá por el desagüe de la historia. El mundo se está yendo hacia el Indo-Pacífico. Nuestro niel de vida es la envidia del mundo. Tenemos el 9% de la población mundial y el 50% del gasto social . No podremos mantenerlo salvo que estemos unidos.

Que Alemania ceda en su política de austeridad no parece fácil.

Si apoyamos a Macron, esa política de austeridad será menos fuerte aunque la quieran los alemanes. El mundo no funciona por casualidad. Asistí con Solana a una reunión del G6 en Nueva York. Fue una cena muy clarificadora con seis tíos dispuestos a poner dinero y muertos encima de la mesa para que el mundo vaya en una determinada dirección. Hay que estar en ese grupo si queremos que nuestros intereses se tengan en cuenta.

Institución Futuro
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