Expansión, 4 de noviembre de 2016
Ana Yerro, directora de Institución Futuro

Ponderar a estas alturas la importancia personal y social de la educación resulta tarea ociosa, por evidente. Por si existía alguna duda, el Barómetro de los Círculos 2016, elaborado por el Círculo de Economía, el de Empresarios y el de Empresarios Vascos, aporta informaciones y recomendaciones del máximo interés sobre la cuestión. Una de las más elocuentes: para los empresarios y directivos consultados en el citado informe, la educación constituye, por segundo año consecutivo, la primera prioridad a corto/medio plazo de la política económica. El hecho habla por sí mismo.

Uno de los datos más preocupantes de la educación española reside en que nuestro país lidera la tasa de abandono escolar temprano, cifrado en un 22 % para los jóvenes comprendidos entre los 18 y 24 años, mientras la media de ese porcentaje en la UE es del 11 %. Otro dato muy significativo: solo un 22 % posee un título de Formación Profesional (FP), frente al 63 % en Austria y 61 % en Alemania. Tal vez la información más preocupante sea la relativa al desempleo juvenil, que en España se sitúa en el 46,5 %, muy por encima de la media europea, un 20 %. No resulta por tanto descabellado afirmar que nuestro sistema educativo se ha mostrado ineficiente para frenar el abandono escolar temprano y suministrar los conocimientos, las capacidades y las habilidades demandadas por una economía cada vez más global y digitalizada.

¿Cómo afrontar esta prioridad? En estos momentos puede parecer ciencia ficción hablar de pactos de Estado para grandes materias, pero es ahora más que nunca cuando se requiere un esfuerzo colectivo. Entre la amplia batería de propuestas emanadas de los Círculos figuran medidas encaminadas a subsanar el sombrío panorama descrito, partiendo de la base de que el espíritu emprendedor, la ética, el mérito, el esfuerzo, la creatividad, las dotes de comunicación y el dominio de idiomas deben ser principios y áreas de conocimiento preferentes. A título meramente orientativo me permito bosquejar varias líneas maestras trazadas por el Barómetro.

A nuestros jóvenes debemos formarlos para que adquieran nuevas habilidades y competencias como el trabajo colaborativo y en equipo, la gestión del tiempo y la capacidad de buscar, filtrar y jerarquizar la información (no es lo mismo información que conocimiento), destrezas que les permitirán adaptarse a un mercado de trabajo en cambio permanente.

La garantía del principio de igualdad de oportunidades se hará efectiva si se rediseña el sistema de becas y ayudas, condicionadas a los resultados académicos, para que no existan trabas económicas ni financieras que limiten el acceso a la educación de los estudiantes con elevadas capacidades.

Ante la mala imagen de las empresas y los empresarios instalada en el imaginario colectivo, ¿por qué no promover en todos los niveles educativos el espíritu emprendedor, el valor social del empresario, la responsabilidad social, la asunción del fracaso como parte del aprendizaje y una mayor formación económica y financiera?

Será difícil lograr los objetivos señalados mientras los profesores, piezas claves del sistema educativo, no gocen de la debida valoración social. Urge, pues, dignificar su labor y reconocer la importancia de su función para mejorar la competitividad y el bienestar de la sociedad recurriendo, entre otros incentivos, a una rigurosa selección y al establecimiento de remuneraciones variables que premien su dedicación y la calidad de su docencia.

Mucho se viene hablando de incrementar la oferta educativa de FP de grado medio hasta equipararla a los países europeos de referencia, tanto en número de titulaciones por familia profesional como de plazas. Para alcanzar la media europea, liderada por Austria, Holanda y Suiza, serían necesarias más de 353.000 nuevas plazas. Pero de nada servirá aumentar la oferta si al mismo tiempo no se fomenta la demanda entre los jóvenes de manera coordinada entre todos los agentes implicados en su formación (administración, centros, profesores, empresas y familias).

¿Quién no ha escuchado alguna vez a algún empresario o directivo quejarse de que no puede encontrar trabajadores con el perfil adecuado para su compañía? La queja deviene imperdonable, teniendo en cuenta nuestra elevada tasa de paro, cercana al 20%. Para solventar el déficit de competencias, se requiere adaptar y crear contenidos educativos mediante un proceso rápido y ágil en el que las asociaciones empresariales involucradas, en coordinación con las administraciones públicas, podrían disponer de notable capacidad decisoria. Asimismo, como ya ocurre en Noruega y Holanda, sería aconsejable la instauración de una organización independiente centrada en sectores o familias profesionales para identificar las nuevas necesidades del mercado laboral.

Esperemos que el futuro Gobierno tome buena nota de algunas sugerencias formuladas más arriba. Más aún si se tiene en cuenta que, tal y como indica el World Economic Forum, el 65% de los niños que empiezan la educación primaria se ocuparán en puestos de trabajo ahora inexistentes y que, por tanto, se requiere formarles en nuevas habilidades y competencias. El reto, complejo y atractivo a la vez, no admite demora.

Institución Futuro
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