Expansión, 10 de mayo de 2003
Julio Pomés, Director de Institución Futuro
Uno de los indicadores de la cultura de un país es el porcentaje de ciudadanos que puede expresarse en una lengua extranjera.
Uno de los indicadores de la cultura de un país es el porcentaje de ciudadanos que puede expresarse en una lengua extranjera.

He consultado la posición de España en el último eurobarómetro sobre las lenguas extranjeras, y el resultado es deplorable: estamos a la cola de Europa. Daré algunos datos que reflejan nuestra situación. El 53% de los europeos es capaz de expresarse bien en una lengua distinta a su lengua madre, y el 26% domina dos idiomas extranjeros.

Los valores de esas dos variables son tan bajos para España que ese informe no los considera dignos de mención. La consulta a otras fuentes de la Comisión Europea de Educación revelan los datos del inglés, idioma que habla un 8 % de españoles.

Esta cifra es mucho más alta para casi todos los restantes europeos: suecos, 88,5%; holandeses, 72,3%; daneses, 71,4%; griegos, 56,6%; alemanes, 55,2%; austriacos, 53,4%, etcétera. Otro dato que impresiona es el que refleja que, en la mayoría de esos países, el inglés se aprende mediante la docencia de una buena parte de otras asignaturas en ese idioma.

Este sistema, denominado Content and Language Integrated Learning (CLIL), consigue más oportunidades para que la lengua se asiente en la estructura cognitiva del niño.

Así, en lugar de tener muchas clases ‘de’ inglés para usar ‘alguna vez’, se enseña ‘en’ inglés de un modo ‘permanente’.

De esta forma, el estudiante, más que engullir inglés, aprende a razonar en ese idioma. Además, lo hacen de un modo que no perjudique la lengua madre y a una edad temprana (4-12 años).
Hasta aquí los datos implacables que nos ponen en ridículo: el desequilibrio que significa no poder entendernos con nuestros socios comunitarios, algo esencial, y sin embargo exhibir que el 32% de nuestros jóvenes alcanza la titulación universitaria.

La ministra de Educación, y sobre todo los correspondientes consejeros autonómicos, deberían tomar medidas que primaran el acceso a la docencia de los titulados que posean un diploma de garantía en lengua extranjera (por ejemplo, el Proficiency).

Éste podría ser un primer paso para que pudiera comenzar la enseñanza ‘en’ inglés en nuestro sistema educativo. Del mismo modo, el estudio de un idioma debería ser obligatorio en nuestra enseñanza superior.

Una población que hable una lengua extranjera tiene un mayor potencial para conseguir mejores oportunidades laborales, favorece mejores relaciones comerciales con el exterior, ayuda a captar inversiones extranjeras y atrae el turismo más rentable.

Respecto a nuestro futuro como país, si queremos lograr una integración europea auténtica, la de los ciudadanos, es imprescindible hablar alguna lengua comunitaria adicional.

Pero el bilingüismo no sólo conlleva beneficios económicos; implica, sobre todo, una apertura de mente que ayuda a comprender a otros pueblos, a enriquecerse con su cultura y a combatir el racismo, la xenofobia y el nacionalismo radical. ¡Algo grandioso!

Institución Futuro
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