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La educación es elemento fundamental y crítico de toda sociedad. Por ello, en términos políticos, es siempre una de sus grandes prioridades, supone uno de los mayores porcentajes de gasto en las Administraciones Públicas y requiere el mayor de los consensos. Navarra no es una excepción y, desde el punto de vista presupuestario, sobre la base de 2015, ha contado desde 2016 a 2018 además con un incremento de 176 millones de euros de recursos disponibles extras.

La noticia, que es y aparece como positiva, se desinfla pronto: el número de estudiantes no universitarios en la Comunidad Foral ha crecido prácticamente en la misma proporción y el aumento del gasto (4,9%) se ha asignado en más de un 60% a gastos de personal, una evolución natural del departamento en respuesta a los cambios en el marco de la población estudiantil. El incremento presupuestario ha significado pues una simple respuesta, proporcional al incremento de una mayor necesidad. Por ello, desde el presupuesto, poco cabe decir sobre la educación en Navarra en esta última legislatura: continuidad y corto plazo.

Pero esto que acabo de señalar supone afirmar, de hecho, que teníamos una educación muy buena en 2015, y que entre todos –también los gobiernos anteriores- lo hemos hecho bastante bien: presupuestariamente, este gobierno sólo ha mantenido lo logrado hasta ahora.

Los datos lo avalan. La posición inicial del sistema educativo navarro, según lo certifica el informe internacional PISA de 2015 –el informe de referencia a la hora de medir resultados académicos- Navarra se situaba en los primeros puestos del ranking por Comunidades Autónomas de España: primera en competencia en Matemáticas, tercera en Comprensión Lectora y cuarta en Ciencia. Por si no fuera poco, se había una mejorado la calificación en todas las áreas respecto a los resultados de 2012 salvo en ciencia. En todos esos indicadores, además, Navarra estaba claramente por encima de la media española y de la OCDE.

El próximo PISA 2018 se publicará en diciembre de este año, pero dada la notable inercia del sistema educativo no es probable que se vayan a producir cambios significativos con respecto a la posición de partida, que como digo era buena. No en vano, en Navarra contamos con unos docentes excelentes, muchos de ellos desvinculados del color del gobierno de turno, que realizan una labor profesional de calidad.

Por ello, resulta sorprendente que, partiendo de esta buena situación del sistema educativo y contando con más recursos para atender el crecimiento de la población estudiantil, no se haya hecho un mayor énfasis en construir sobre lo que ya funcionaba, sin necesidad de atacar a partes del sistema que contribuyen a que el mismo funcione bien. Esto define la legislatura. Me refiero, por ejemplo, al continuo cuestionamiento del programa de inglés PAI, al empecinamiento de llevar el euskera a todos los centros de la ribera, al cuestionamiento de la patria potestad (Skolae) de los padres o a la drástica reducción de becas a los alumnos navarros que quieran/necesiten estudiar en la Universidad de Navarra. Todas ellas medidas ideológicas, carentes del menor consenso y fuente de continua crispación.

El departamento debería hacer de la educación un mecanismo igualador de oportunidades y generador del capital humano, del que dependerá la prosperidad futura de nuestra sociedad. Y algo está haciendo mal cuando la tasa de abandono escolar en Navarra ha aumentado del 10,8% en 2015 al 11,4% en 2018, mientras que en el resto de regiones -excepto en Murcia- ha descendido. La desigualdad educativa es factor de gran impacto en la desigualdad económica y la pobreza educativa se asocia con el fracaso y el abandono temprano de los estudios. Conviene, por tanto, estar pendientes de la evolución de este indicador.

Otro dato preocupante es el conocimiento de inglés por parte de la población navarra, que en 2018 fue, un año más, el más alto de todas las regiones españolas, esté con tendencia a la baja. La importancia de este idioma para los futuros profesionales no puede negarse y debería reforzarse todo lo posible.

Capítulo aparte merecen la asfixiante presión de la ideología nacionalista y a la ideología de género (Skolae) en la educación. No quiero entrar ahí ahora. Solo un apunte: la ideología nunca se propone: se impone. Ninguna ideología ha triunfado como propuesta, siempre como imposición o revolución. Y la educación precisa consensos, no imposiciones.

Finalmente, algo se ha hecho mal cuando la gestión del departamento en sí ha ofrecido varios titulares preocupantes a lo largo de la legislatura. Como el que el 74% del organigrama de Educación haya dimitido o haya sido cesado; o las acusaciones de priorizar la construcción directa de infraestructuras educativas en las Administraciones locales donde gobiernan algunos de los grupos políticos que sustentan al Gobierno de Navarra; o la aprobación de oposiciones donde ha primado el euskera por encima de otros criterios académicos…

En esta materia tan sensible, tan crítica y tan necesaria de consenso, desde Institución Futuro animamos a las fuerzas políticas a buscar grandes acuerdos o pactos, que contribuyan a la solidez y adaptabilidad de nuestro sistema educativo, aislándolo de disputas políticas cortoplacistas que, por desgracia, siempre acaban sufriendo en primera persona los ciudadanos.

Institución Futuro
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